Si todavía hay algo capaz de conmoverte,

Si todavía hay algo capaz de conmoverte,
entonces, sigues vivo.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Y aquí empieza la historia.


 Con una chica sentada frente a su máquina de escribir. Tiene una coleta ridícula sobre su cabeza, y un pitillo en el cenicero, a medio consumir. El humo que desprende la está mareando. Se mira las uñas. Qué bonitas han quedado. Le da otra calada a su cigarrillo y sigue mirando por la ventana. Acaba de llegar el otoño y el ambiente parece gris. Podría asociarse el gris a la tristeza, a lo anodino, a lo vulgar, quizás. Para aquélla significaba el comienzo de la felicidad. De una preciosa felicidad nacida de una depresión enorme. Una preciosa depresión. Saber disfrutar de la tristeza satisface tanto como un tazón de chocolate en invierno. Como arroparse por la noche y dormir calentita. Sonreír mientras se llora sin ningún motivo es casi como un orgasmo. Tanto, que cierto tipo de tristeza puede ser casi adictiva. El masoquismo en su máximo exponente. Como máximo exponente de la felicidad y del dolor. Quizás sea contradictorio. Pero no lo es tanto. No existe felicidad que apreciar si antes no hemos experimentado dolor. Deberíamos sacarle el jugo a ambas sensaciones por igual. La gente nos da ánimos, porque piensa que el sufrimiento es horrible, y debemos superarlo cuanto antes. A mí personalmente, la chica sentada frente a su máquina de escribir, le gusta regodearse en él, revolcarse como un cochinillo en el barro, justo antes de su San Martín. El San Martín es la felicidad. ¿Estoy insinuando que la muerte es felicidad? Es muy posible. Por favor, no me malinterpretes, no cojan el teléfono para echarme la bronca y quitarme todas estas ideas de un plumazo, sacándome una sonrisa como siempre. Después de cada experiencia viene una pequeña muerte. Después de cada experiencia intensa, quiero decir. El éxtasis se alcanza cuando los recuerdos son lejanos y borrosos, cuando idealizamos los momentos vividos. Tras esos pequeños (o grandes) orgasmos que nos proporciona la vida, sean orgasmo placenteros o no, morimos un poco, para convertirnos en algo completamente distinto, y a la vez, lo mismo, bueno o malo. Nada cambia, pero todo fluye. No sé si saben, cariños, que orgasmo en francés, se dice “La petite morte”. Piensa acerca de ello. Veo pasar por la ventana gris al cuarto saxofonista. El cuarto saxofonista no tiene rostro. Pero toca el saxofón, como ya te habrás podido imaginar. Va trajeado a todos lados y tararea Frank Sinatra despreocupadamente. No tiene miedo de que el cielo se le venga encima. Siempre pasa de largo. Siempre le sonrío. Nunca me mira. Parece hecho, a veces de cristal, y se cuela por una puerta, como si no quisiera que lo siguieran, mirando hacia todos lados. Sé que dentro, hay una chica preciosa. Con un vestido rojo que revolotea sin aire. Sé que esa chica no es perfecta. Sé que tiene una sonrisa bizarrísima. También sé que es perspicaz, espontánea y especial. Sé que le da miedo la soledad sobre todas las cosas. Sé que ahora se siente querida. Y sé que en realidad no se siente así. Tiene ojos grandes y llorosos. Un cuerpo de escándalo la encierra. Encierra un cuerpo espantoso. Aprisiona una chica tímida, y una chica abierta. Comprende la belleza imperfecta y la imperfección a secas.
            La mujer frente a la Underwood se toca el pelo y se lo enreda. Se le cierran los ojos, no salen lágrimas. Pero sonríe, porque todo está bien. Porque la chica de fuera está bien por fin, porque la chica de dentro no está bien y le gusta.  

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