Vuelve la chica de la coleta ridícula,
esta vez sin pitillo y sin lluvia. Es de día. ¿Parece sonreír?
Quiere ser un oso de mar.
Se enfada y se convierte en una
pera.
Quizás un despistado chico la muerde y se traga un trocito de ella. Ella protesta, pero en realidad no le
importa. Así perdurará un poquito más, aunque sea en las venas de un chaval
casi desconocido.
La pera va andando por un
desierto, cálido, anaranjado. En el centro, un ventilador azul, casi como un
oasis de aire. Le da un besito, y comienza a funcionar. Y se eleva, y se eleva
y se eleva, y se aleja. Quiere seguir al ventilador, pero la pera pesa mucho y
casi no puede avanzar.
Corre con sus pies de pera y
llega a una montaña muy alta, verde, como ella. Está cansada, y sigue sin ser
un oso de mar. Sigue indignada y siendo pera. Una chica risueña la da un
muerdo, y aunque ella protesta, sigue sin importarle.
Quiere ser un oso de mar. Si hay
caballitos, estrellas y caracoles de mar, también habrá un oso. Aunque sea el único
oso de mar del mundo.
Con la arena del desierto,
comienza a tejer, con sus pestañas de pera, un bonito traje de oso. Y se
envuelve en su traje de granos de tiempo. Se deja caer por la ladera de la
montaña, y rodando llega a un mar. Un mar rosa y frío, muy frío. Es casi una cárcel.
Pero, oh, qué cárcel. Un pececito que por allí ronda dice que los osos de mar
no existen. Ella le responde que los peces que hablan tampoco. Y él le sonríe,
le coge la mano y la guía por el mar rosa.
Y la chica de la coleta ridícula
parece seguir sonriendo.
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