Quisieron que cada momento de su vida marcara
algo tan importante como el nombre de una persona. Pensaban que imponérselo a
cualquier niño, marcaba su futuro de una forma irremediable. No importaba que
fuera un nombre significativo, como Soledad, o en cambio no quisiera decir
nada, como Pedro.
Imagínense haberse llamado de
otra manera. ¿Estarían hoy aquí? Seguramente no. Tendrían una existencia
completamente distinta a la actual.
Sin embargo, no se confundan, sus
padres no creían en el destino. De hecho, mantenían que había dos clases de
personas: las que creían en él, y las que sabían la horrenda realidad: que la
vida es una serie de casualidades que nos llevan a estar donde estamos hoy.
Pero ellos no querían dar pie a
una de las primeras casualidades de la vida, y por eso, decidieron no ponerle
nombre.
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