Cansada de ser objeto de adoración, cogió sus maletas, dio un portazo con perfume de 'volveremos a vernos', y empuñó su falda. Se cortó el pelo, dejó de pintarse los labios. Dejó de sonreír. Dejó de comer. Y todavía la seguían idolatrando. Se rasgó la piel, comenzó a fumar. Y seguían lamiendo sus heridas, pidiéndole desesperados, caladas de ella.
Seguían queriendo acariciarla, nunca se saciaban. Sucios poetas. La necesitaban, porque sabía a inspiración. La ansiaban. Todos a la vez, no importaba. Podrían violarla. Podría dejarse violar. Jamás habría suficiente. Si se mataba, escribirían sonetos sobre su muerte, infinitos poemas.
Y ella... no quería que la leyeran de pluma de otros. Quería que la escucharan. Quería... amor.
Así, se dio muerte de la única manera que podría hacerla mortal: escribiendo.
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