- ¿Qué tiene ella que no tenga yo? - Preguntó entre
sollozos.
- Pero cariño, ¡si yo te quiero a ti! Eres lo mejor que
hay en mi vida. - Susurró él, cabizbajo.
- ¡Lo mejor! Pero no lo único... No haces más que hablar
con ella. Es ella, ella, ella. ¡No puedo más! - le ladraba furiosa.
- Ella es sólo mi
amiga, de verdad. Eres la dueña de mi corazón. Por favor, no me hagas esto.
- No tienes idea de lo que sufro todas las noches cuando
te escabulles a verla. No tienes ni idea de cómo me siento. - Apartó la cara
para que aquel traidor no la viera llorar.
- Siento que es mi deber, ya te lo he explicado cientos
de veces. Sólo es mi amiga... - Por desgracia, esto último no lo dijo lo
suficientemente convencido.
- ¡YO TENGO QUE SER TU MEJOR AMIGA! A la que le cuentas
tus cosas, tus penas... ¡NO ELLA! - Gritó ella, fuera de sus casillas.
- No puedo
dejarla. No puedo dejar de verla. Igual que no puedo dejar de verte a ti, de
tenerte, de amarte. A ella no la amo. - Susurró él con el rabo entre las
piernas.
- No, a ella la necesitas. A mí no. Y por eso, yo no
puedo más. No puedo seguir con esto. - Y ella se marchó, para no volver jamás.
Así, el lobo se volvió y miró hacia el cielo. Miró a la
Luna. Esta vez, sin amor, con odio, aulló hacia ella. Le había arrebatado a la loba
de su vida.
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