Así es como la llamaré el resto de mis días. Así la veré para siempre. Así la recordaré, con un cartel en los ojos que diga: Supreme. Porque no recuerdo su nombre, ni quién era yo entonces ni porqué me parecía Supreme, ni cómo se llamaba ella en realidad.
Cuello esbelto. Mirada altiva, lo sé, aunque no vea sus ojos. Cuerpo delgaducho. Sin sujetador. Sonrisa fácil. Sonrisa maligna, añadiría. Copa en mano, y, aunque era demasiado Supreme como para que se le notara si quiera, o para que un solo gránulo de aquél polvillo blanco hubiera dejado alguna marca en su nariz, cocaína. Probablemente. Quizás alguna droga de diseño. Quizás también la tomara yo. La diferencia es que yo era patético y Nadie, mientras ella era perfecta y Supreme.
Un vestido. Medias rotas. Dios mío, ¿cómo era posible que unas medias rotas pudieran sentar bien? Además, ¿era un vestido? Era muy corto, eso si lo sé.
No vestía como una mujer. No sé qué era, una adolescente quizás. Pero me excitaba trágicamente. Nos sonreímos. Yo con torpeza, ella con desdén. Susupiró e hicimos el amor. Sin pasión. Hicieron el amor las drogas, nuestros cuerpos solo eran el medio.
Ayer la volví a ver. No la saludé. Probablemente ni aunque le explicara que perdí mi virginidad en una fiesta con ella hace dieciséis años, lo entendería. Sigo sin recordar su mirada, aunque ayer la viera. Porque no era la misma. Sus ojos no eran los mismos. Aunque había un resquicio... de esa Supreme que nunca conocí, una esquinilla de vergüenza por haber follado conmigo, aunque realmente no lo supiera. Vestía como una mujer, se comportaba como una adulta. No la saludé. No le pregunté su nombre. Esas cosas no se olvidan. No deberían olvidarse.
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