Cuanto menos tiempo tengo para respirar, más tranquila respiro. La verdad, no sé si eso significa algo positivo o negativo. Por una parte, la desenfrenada rutina me lleva a la concentración máxima en mis tareas, por lo que prácticamente no me deja tiempo para otra cosa. Eso debería ser malo. También podría pensarse que ese no parar también es un no parar a pensar. O ni siquiera detenerse y hacer un alto en el camino para respirar hondo.
Sin embargo, no es una sensación de angustia la que me invade. La tranquilidad de la rutina, más bien. Esa concentración máxima es precisamente lo que me ayuda a desarrollarme como ser humano, en el sentido aristotélico de la palabra, un zoon logon. Y la causa no es más que el que esas actividades que copan mi atención son las que amo, o las que me permitirán a largo plazo hacer lo que amo. Y eso, no es no pensar. Y eso no es no descansar. Porque pienso lo que hago, y sinceramente, lo que amo no es un trabajo. Pero sí, claro que me canso. Pero sí, claro que reposo. Aunque quizás mi forma de descansar sea muy diferente de la convencional. Pero dudo que la convencional sea la correcta. Ésta implica, parece, el no hacer nada. Y yo defiendo el no hacer nada, ojo. Pero cuando es realmente lo que le llena a uno en ese momento. Es decir, mi postura es: descansar es hacer lo que uno quiere en ese momento, lo que uno necesita, o lo que al menos, le gusta. Por eso, me paso la vida descansando. Aunque por supuesto, en todos los trabajos se fuma. Y mis pulmones tampoco están limpios de la mierda, un medio para conseguir unos pulmones limpios. Qué cosas.
¿Benjamin Button? Sí, pero que cada etapa sea la mejor de ellas, sin excepción.