(Y que el otro salga impune, y que la autodestrucción no mute cruelmente en una hecatombe, y se lo lleve todo.)
- ¿¡Qué estás haciendo!? - Sollozó él al ver aquel desastre. Aquella bruma de sangre le hizo toser. La tos sabía a metal.
- Me he quedado sin espacio para más remiendos. Los he descosido todos. Mira, qué bello, se me sale el alma del cuerpo. ¿Me ayudas? - Le dijo con una sonrisa mientras le ofrecía unas tijeras.
Ella parecía un colador. Casi rió por la comparación. Una risa potencialmente nerviosa.
Intentó tapar cada una de sus heridas, cicatrices reabiertas, más bien. Con las manos, con la boca, con el tronco. Pero eran demasiadas, y ella seguía "desalmándose". Quizás abrazándola conseguiría parar a aquella naranjita dispuesta a ser vaciada de todo jugo. Sin darse cuenta de que él, además del jugo que iba alejándose del interior de ella, era también exprimidor.
Ella... sólo sonreía. Y lo abrazó más fuerte.