Hoy es uno de esos días artificiales, que parecen resplandecer detrás de un escaparate denso y sucio. Todo se desarrolla con soporífera y calurosa lentitud.
Comprendo que las palabras vacías transmiten sensaciones, perfumes suculentos. Pero no sentimientos, no lágrimas, no miedos.
Me duele el aburrimiento y me come la desidia.
Parece que no tengo seres queridos, y tampoco me importa mantener a los que alguna vez tuve.
Tiro de los mismos libros que una vez me emocionaron, buscando las mismas sensaciones. Me refugio en las canciones que hace años tenían algún significado.
Hoy, todo está vacío. Y lo peor, es que no me importa. Tampoco me esfuerzo en buscarle un significado a nada.
Así, seguiré leyendo los mismos libros, viendo las mismas películas, y refugiándome en los mismos corazones, que no podridos, pero que para mí hieden. Y ya no sé si ese hedor me reconforta o me revuelve.
Hoy, sólo sé que hace calor. Y la única persona non-rancia sigue revolcándose en adobo, hasta que no quede en sí mismo el olor familiar que me alejaba de las preocupaciones.
Yo no sé revolcarme en adobo.
Si todavía hay algo capaz de conmoverte,
sábado, 20 de julio de 2013
lunes, 15 de julio de 2013
Me enseñó lugares que no debería haberme enseñado.
Como su corazón. Lo pisoteé, porque me dolía. Lo partí porque le dolía. Aún así, vino a mí, arrastrándose como una serpiente. Herida, enamorada. La cogí entre mis brazos. La besé. Dos veces. La primera la amé. La segunda, supimos que no nos amábamos. Pero seguimos serpenteando, porque eso es lo que hacen las serpientes.
Él, serpiente de dolor.
Yo, serpiente de vil.
Él, serpiente de dolor.
Yo, serpiente de vil.
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